Matar y guardar la ropa (Carlos Salem, 2008)

Publicado: 02/11/2015 en Recomendable
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Matar y guardar la ropa (Carlos Salem)

Matar y guardar la ropa (Carlos Salem)

Absolutamente deliciosa. Una novela clásica de misterio al estilo de los diez negritos de Agatha Christie: reunimos a todos los ‘sospechosos’ en un mismo lugar apartado y tiramos del hilo.

Sólo que todo cambia: el lugar es un camping nudista para gente bien y los protagonistas en lugar de ser meros desconocidos, son todos conocidos y todos ellos a través de Juan García García o Número Tres o el capitán pirata: su ex-mujer, sus hijos, el nuevo novio de su ex, el poli que lleva años persiguiéndole, algunos compañeros de ‘trabajo’ y un amigo de la infancia. Todos salvo Yolanda…

A partir de esta premisa, Número Tres, el mejor asesino a sueldo de la empresa tiene que descubrir quién está en su contra, de quién se puede fiar y de quién no. ¿Quién va a morir? Habrá alianzas con el diablo, amor, sexo, grandes palabras y enseñanzas de todo tipo, algunas políticamente correctas (con su hijo, otras no tanto, con su hija). Todo ello en una novela que me ha enganchado desde el principio y que se ha dejado leer del tirón. Giros imposibles, otros más esperados. El final, un poco tópico, quizás sea lo más flojo, salvo por … (no, no haré el spoiler).

No había leído nunca a Carlos Salem pero le escuché en el maravilloso Inverso 2010 (se acercan a ser las mejores tres horas de mi vida, con todos esos grandes poetas y performances de la sala Clamores): Ver la actuación.

Todo en orden. En el camping nos esperaban. Reservas y pago por Internet a mi nombre. Hasta tenían la matrícula de mi coche y los nombres de los niños. Eso me molesta, pero no puedo hacer nada, no todavía. Por otra parte, me tranquiliza. Si tuvieran intención de hacerme participar en una entrega, hubieran usado cualquiera de las personalidades a prueba de policías desconfiados que he utilizado decenas de veces.
Pregunto por Leticia pero en el ordenador no consta ninguna reserva con sus datos. Cruzo los dedos mentalmente: que sea un error, que por una puta vez la máquina del Número Dos se haya atascado. Estoy a punto de preguntar por la matrícula de su coche pero no me parece prudente.
Los niños están eufóricos, pero aún adormilados. Llegamos hasta la parcela y Leti toma posesión, señalando dónde irá mi tienda y dónde la suya. Exige distancia, por si te encontramos novia.
No parece asombrada de las pocas personas que caminan hacia los servicios con toallas en las manos y completamente desnudas. Antoñito duda un momento y después se quita la ropa.
—No seas bobo, nene —decreta Leti—. Todavía no, ¿no ves que tenemos que ir a desayunar y en el comedor sí que hay que ir vestidos?
Ya se ha aprendido las reglas básicas del camping, enumeradas en los folletos que me dieron en administración. Vamos hacia el comedor y en el camino nos cruzamos con una pareja de rubias madrugadoras que van hacia la playa. Desnudas. Saludo muy formal y una de ellas se quita la gorra y me desea buenos días en alemán. Se ríe de mi cara, supongo. O de la erección instantánea que he tenido al verlas venir y que abulta mi pantalón corto de padre de familia en vacaciones.
—¿Qué ha dicho? —pregunta Antoñito.
—No sé, hablaba en francés, creo —comento.
—Eso no es francés, papi. Y nos habrá saludado —dictamina Leti.
Ellos no saben que hablo cuatro idiomas además de inglés y español. Es parte de mi vida secreta, de todo lo aprendido mientras me creían vendiendo papel higiénico y compresas en hospitales de media Europa.
Porque oficialmente, estoy empleado en la misma empresa para la que trabajaba Tony. No elegí esa tapadera, cuando me la proporcionaron hace ocho años. Pero me pareció justo. De alguna manera, por culpa de esa empresa me convertí en asesino a sueldo de la Empresa. En realidad, no sé para quién trabajo. Me pagan un buen sueldo, el que corresponde a un supervisor ejecutivo de primera clase. Todo legal, ningún problema con Hacienda. De hecho, hasta tengo un despacho en la empresa, pero no suelo ir más de un par de veces por semana. Mis salidas al extranjero para entregar pedidos coinciden con viajes verdaderos para visitar grandes hospitales, aunque casi siempre consta que me acompaña un ayudante, que es el que hace el trabajo burocrático y al que no conozco.
Supongo que la empresa forma parte del entramado de la organización, sea la organización que sea. Una multinacional con departamento de ejecuciones, o un gobierno. Tal vez el nuestro. O uno extranjero. Da igual, pagan puntualmente y tengo un seguro de vida cojonudo, que garantizará el bienestar y los estudios de los niños si algo me pasa. Y todos los meses, en un banco de Suiza, alguien deposita en una cuenta cifrada el triple de mi sueldo oficial y una suculenta prima por cada pedido entregado con éxito, que en mi caso suman trece.
Catorce, contando el hombre de ayer en el ascensor.
En realidad, son quince, pero jamás computé al viejo Número Tres.
Y en cuanto al prestamista de El Retiro, no cuenta. Al menos para mi historial profesional. Eso lo hice por un amigo. Y lo hice mal.

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